Noticias | Centro de Estudios Maximalistas
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Bandera icariana, prensa diaria de los icarianos en San Luís y planos del asentamiento en Corning
¡¡Os deseamos un gran día de Icaria!!
¡¡Allons en Icarie!!
Icaria y la tangibilidad

La semana pasada una compañera nos comentó el alivio que había sentido al disponer de algunos de nuestros cuadernos en papel. Poder tocar y disfrutar de ellos iba para ella mucho más allá de la «usabilidad». Significaba dar a lo que el propio texto decía algún tipo de materialidad, de realidad concreta, que el formato digital no podía transmitirle.

Entre los icarianos que promovieron crear colectividades, una buena parte pretendía que se fundaran dentro de Francia, no demasiado lejos de ciudades donde los obreros icarianos estaban ya organizados en cierto número como Touluse.

Argumentaban que mostrar de modo tangible que el trabajo puede auto-organizarse y organizar la producción bajo el lema que aparecía en la portada del «Viaje a Icaria», «de cada cual según sus fuerzas, a cada cual según sus necesidades», daría realidad y tangibilidad al mensaje comunista icariano entre los sectores más atomizados de trabajadores de los talleres y las fábricas.

Hubiera sido interesante ver qué hubiera pasado con las comunidades icarianas si se hubieran organizado en Francia y qué habría sido de ellas durante las revoluciones de 1848 y 1871. Hoy sólo podemos hacer conjeturas. La elección de Tejas como destino eliminó esa posibilidad de la Historia real. Icaria, en la distancia, nunca llegó a parecer algo material ni accesible a los trabajadores europeos y su influencia en la toma de consciencia y la evolución de los movimientos de trabajadores en Francia fue nula.

176 años después, la promesa tras el «¡¡Allons en Icarie!!» sigue teniendo un potencial inmenso... a condición de que las Icarias que vengan no renuncien a ser tangibles buscando lugares remotos, parajes inaccesibles o actividades marginales. Porque su aporte es, precisamente, la tangibilidad, la materialidad, la demostración de que una alternativa basada en el comunal y la abundancia no es solo necesaria sino posible.

Y hoy, más que nunca, es necesaria.

¡¡Allons en Icarie!!
Conquistar el trabajo, conquistar la tierra

Hay un elemento común en prácticamente todos los grandes movimientos de colectividades, desde los icarianos al kibutz y a las más interesantes de las colectividades agrarias que precedieron —y luego sirvieron de base en el campo— a la Revolución española.

Son movimientos que arrancan bajo el objetivo de «conquistar el trabajo» en un marco de crisis y exclusiones, y que para conseguir ese objetivo acaban dando batalla para «conquistar la tierra».

Ese «conquistar» significa casi siempre transformar parajes desolados de pedregal y secano en zonas vivas y fértiles. Y pasa por el desarrollo de innovaciones y nuevas formas socializantes de organización del trabajo.

Los planes de impacto ambiental y sostenibilidad, la alimentación científica de la ganadería o el riego por goteo nacieron en colectividades y no fue por casualidad.

Su lógica es muy distinta al tipo de desarrollo centrado en la capitalización creciente que ha llevado a la ultraintensividad. Se trata en todos los casos de implicar a todos en todo al tiempo que se aumenta la productividad de recursos relativamente escasos como el agua. El resultado es un aumento de la productividad del trabajo que, comunal mediante, reduce las horas necesarias y aumenta el bienestar sin sobrecargar ni tensar el medio.
La despoblación, la destrucción de la biodiversidad y sus alternativas

Un artículo publicado ayer en Science denuncia que la reducción de la población rural pone en peligro la biodiversidad y los hábitats que dependen de la interacción entre la agricultura no intensiva y el medio natural. Las cifras que enmarcan esta constatación asustan: globalmente la población rural ha caído un 25% en los últimos 50 años, abandonándose el cultivo en 400 millones de Ha, una superficie equivalente a la mitad de Australia.
La conclusión más importante de este trabajo es que el simple abandono de campos y el consiguiente «rewildening» pasivo, rara vez produce un alivio y cuando lo hace es en zonas de agricultura intensiva y ultraintensiva donde la biodiversidad ya estaba prácticamente arrasada. Pero, incluso en estos casos, el resultado nunca es una vuelta al equilibrio anterior, sino una recuperación parcial no necesariamente sostenible ni positiva.

Pero en la gran mayoría de los casos estamos hablando de agricultura de secano, agricultura de subsistencia, explotaciones tradicionales y ganadería extensiva. En ellos, «la larga historia coevolutiva de estos paisajes y sus gentes, que se encuentra, por ejemplo, en Europa del Este, Japón y partes de los trópicos, ha creado una gran heterogeneidad de hábitats que puede desaparecer tras el abandono y conducir a la pérdida de especies localmente raras y a la homogeneización de la biodiversidad».

Otro efecto del abandono rural señalado por el trabajo es el aumento y cronificación de los incendios en las estepas rusas, centroasiáticas y los «ecosistemas del Mediterráneo, un punto caliente de biodiversidad mundial».

Primera conclusión: la sobre-capitalización del campo produce intensividad en unos lugares y abandono de cultivos en otros, pero en ambos casos se destruye el entorno y la riqueza del medio natural. Segunda conclusión, donde hay abandono de formas de cultivo, esta destrucción se torna irreparable si simplemente se confía en que «la Naturaleza recupere el espacio».

Pero no podemos quedarnos ahí. Si el campo se despuebla es porque mantener las formas de producción tradicionales significa, en la mayor parte de los casos aceptar una condena a la pobreza, pobreza que en muchos lugares es extrema. En general, la alternativa que el sistema actual plantea al campo es capitalización y concentración acelerada o abandono puro y simple. En ambos casos, la población existente pasa a «sobrar» y al desaparecer la interacción entre modos de producción tradicionales y entorno se daña al medio y se reduce la biodiversidad.

La alternativa estilo UE, mantener a la población («fijar» le llaman, en un reflejo feudal) como «guardianes del paisaje», renunciando al uso productivo de los recursos es realmente insostenible, sólo aplica en las regiones en abandono -no en las de desarrollo de la intensividad- y sólo palia parcialmente la velocidad del desastre en marcha. ¿Van a mantenerse arrozales tradicionales o bosques sólo como atracción turística? ¿Con qué recursos? La experiencia portuguesa o la rusa hablan por sí mismas. En esos países el estado ha renunciado a compensar el abandono del mantenimiento y limpieza de los bosques comunales que antes realizaban los vecinos como parte de su economía y ahora hay una temporada de incendios que se come centenares de miles de hectáreas cada año. Temporada de la que se habla como si fuera un fenómeno natural... o de la que se culpa al cambio climático, lo que es una verdad a medias y por tanto peor que una mentira.

¿Qué hacer? No se trata de concebir ni los ecosistemas ni los agrosistemas como un museo. Y menos aún a la población rural como una especie de «cuidadores de sala». Tampoco es aceptable que «fijar» población signifique atar a agricultores, campesinos o jornaleros a la pobreza. Y desde luego no basta con «atraer población» si van a aterrizar en un medio que se está abandonando o destruyendo y su actividad no se relaciona con nada que cambie la tendencia.
¿Y entonces? La fórmula es conocida desde hace mucho tiempo: Redistribución poblacional aunque sólo sea para acercar el consumo a la producción de alimentos; una nueva agricultura muy productiva pero no tensionadora de recursos, es decir, «ecológica» y automatizada al mismo tiempo; desarrollo de un nuevo tipo de industrialización, limpia y distribuida, en el medio rural; organización de la demanda en las ciudades de manera más eficiente y consciente; etc. Y de fondo: tratar la alimentación como algo que la sociedad debería proveer de forma directa e incondicional a cada uno de sus miembros sin destruir los agrosistemas y ecosistemas que la hacen posible.

La cuestión es: ¿se puede esperar que todo esto «ocurra» o «se haga» sin más? Si algo nos enseña la Historia es que las grandes transformaciones, cuando son en beneficio de las grandes mayorías, no se realizan con estas mirando desde la barrera.
Vivienda en derecho de uso

Hace poco comentábamos que en Alemania está habiendo una verdadera explosión de la vivienda cooperativa en derecho de uso.

El modelo de propiedad en realidad no tiene ningún secreto: un grupo de personas, organizadas como cooperativa, levanta un edificio. Al acabar la construcción en vez de dividir la propiedad entre los socios, les da un «derecho de uso» bajo ciertas condiciones.

Estas condiciones, distintas en cada comunidad, explicitan por ejemplo cuánto tiempo se puede tener cerrada la vivienda sin perder el derecho de uso o si este es heredable y si lo es, en qué casos.

Lo que siempre es común son tres cosas:

1. La propiedad del edificio entero es de la cooperativa siempre.

2. La cooperativa se encarga del mantenimiento, las actividades comunes, la aceptación de nuevos inquilinos, etc. para lo que cobra una cuota mensual de los socios.

3. Cuando alguien marcha o pierde su derecho de uso recupera la aportación inicial, que corresponde a su parte del coste de construcción.

El ejemplo típico de esta forma cooperativa de propiedad es el de Andel en Dinamarca, una confederación cooperativa cuya rama de vivienda -su objetivo inicial- mantiene ya más de 125.000 viviendas bajo este modelo. Nosotros siempre solemos dar en cambio la referencia de Trabensol, una cooperativa de vivienda en derecho de uso para mayores en Madrid en la que las ganancias en esperanza y calidad de vida son palpables desde el momento en que te acercas.

Ambas son muy diferentes entre sí. Los Andelsbölig daneses son poco más que alquileres baratos en buenos barrios que a menudo se empeñan en poner demasiadas restricciones (tamaño de las mascotas, número de hijos, etc.). Trabensol es otra cosa... y por eso tiene ese efecto entre sus miembros.

¿La diferencia? Las Andelsbölig se forman entre gente que a menudo no se conoce y cuyo objetivo es simplemente tener acceso a una vivienda. No hay proyecto común más allá del conservar el comunal. La cooperativa en ese marco es poco más que una comunidad de vecinos con una regulación propia y una cierta vocación de alimentar actividades comunes. Sin pasarse.

Trabensol viene de un grupo de mayores que habían compartido actividades y acción social durante años en un coro parroquial. Lo que les movía era el objetivo de construir una residencia para mayores autogestionada por ellos mismos para desarrollar una forma particular de trabajo: eso que suele llamarse el «envejecimiento activo». Por eso, cuando vas, lo primero que te enseñan es el huerto, verdadero orgullo colectivo, mientras descubres que no hay miembro que no participe de la organización de las mil actividades comunitarias que realizan en algún comité. El visitante no tardará en descubrir además que todos están al día de todo y que hay una vivísima conversación colectiva.

De los fundadores no queda ya casi nadie, pero la cultura y el modo de vida permanecen. Trabensol es una colectividad... de trabajadores jubilados. Esa es la clave.
Soledad y estrategia

Pocas cosas retratan mejor el punto al que ha llegado la atomización y la destrucción de los vínculos comunitarios que la entrevista de hoy en New York Times en la que un consultor especializado aconseja estrategias para que las personas adultas puedan hacer amigos.

El lenguaje lo dice todo: «Decidimos cuánto invertir en una relación en función de la probabilidad de que nos rechacen» comenta el experto. Y sigue «Sugiero unirse a algo que se reúna regularmente con el tiempo, así que en lugar de ir a un evento de networking, busque un grupo de desarrollo profesional, por ejemplo. No vayas a una conferencia de libros; busca un club de lectura. Eso capitaliza algo llamado el " efecto de mera exposición ", o nuestra tendencia a que nos gusten más las personas cuando nos son familiares. »

¿Capitalizar? ¿Invertir? ¿Consultores? ¿Estrategia? Se trata de buscar soluciones individuales a la epidemia social de soledad utilizando el mismo marco que la ha causado: la mercantilización de las relaciones humanas.

Esa mercantilización, que reduce los demás a un instrumento para un fin es, precisamente por eso, profundamente inmoral para nosotros, aunque el fin sea tan legítimo como conservar la propia salud mental. Así que si lo pensamos un poco, no puede salir bien.

Tampoco vale culpar al capitalismo en general, sin más. En una encuesta de 2021 el 12% de los estadounidenses dijo no tener amigos cercanos, pero en 1990 eran sólo el 3% de los encuestados. La precarización laboral y las nuevas formas de trabajo «en plataforma» deberían estar en primera línea entre los sospechosos. Y el cambio de medios e ideologías dominantes en ese lapso algo tendrá que ver también: las redes sociales, la crispación, la moralina identitarista de Netflix y la política identitaria esencialista no ayudan precisamente a encontrar lo común ni a ver a los demás como un objetivo en sí mismo.

Así que... atentos. Todos estos fenómenos se están dando aquí también: la precarización avanza en todos los frentes y la ideología esencialista e individualista de las plataformas de contenidos empieza a calar en las nuevas generaciones tanto como la competitividad exhibicionista -cuando no bully- de las redes sociales.

¿La vacuna? Entender la vida desde la centralidad del trabajo en su sentido pleno (actividad colectiva que transforma el medio natural o social) en vez de hacerlo, como nos invitan, desde la centralidad del consumo y los gustos (que definirían la identidad individual... para los departamentos de marketing de las grandes empresas).
¿Lentitud estratégica y consenso o velocidad basada en la adhesión?

Las colectividades basadas en sistemas de decisión por consenso suelen ser lentas en lo estratégico. Mantener la cohesión se considera más valioso que las ganancias que puedan derivarse de «avanzar rápido». Cuanto más importante sea una decisión, más importante se vuelve que convenza a la gran mayoría y no disguste a nadie y por tanto más tiempo lleva pasar de la propuesta a la acción.

Esta lentitud estratégica -a veces exasperante para el que la ve desde fuera- es inseparable de las dos características que más suelen destacarse de esta forma de organización: liderazgos distribuidos y compromiso y cuidado entre los miembros. Todos son parte, todos aportan y son igualmente importantes a la hora de construir un consenso. Lógicamente eso implica que se diferencia claramente a los miembros de las personas que se acercan para conocer cómo funcionan, a las que no van a hacer parte del trabajo colectivo a no ser que se unan como iguales.

Pero no es la única forma posible de sacar un empeño colectivo adelante. Un ejemplo: Geco. Cuatro amigos israelíes compran un terreno en la Sierra de Gredos, se instalan en caravanas y plantean un objetivo y una hoja de ruta a la que invitan a quien quiera unírseles. Eso sí, el que se une se une como voluntario en la ejecución del plan existente y sus evoluciones, no serían miembros a pesar de aportar su trabajo y, a veces, sus caravanas y vehículos. Adhieren al proyecto de los fundadores, no son creadores del proyecto ni del consenso que lo dirige.

Esta última forma es más ejecutiva y permite crecer mucho más rápidamente pero también divide claramente a los que están sobre el terreno entre líderes y seguidores que trabajan para desarrollar el plan de los fundadores.

También cambia la relación con el entorno. En Geco no sienten la necesidad de hacer siquiera una traducción de su web al español porque esperan nutrirse de voluntarios «internacionales». No es sencillo que así puedan convertirse en un aporte para los pueblos del entorno y en una parte orgánica de su vida social. Serán seguramente por muchísimo tiempo «los guiris» y crear un bonito programa educativo de «home schooling» en inglés para los hijos de los miembros y voluntarios no ayudará demasiado a que la distancia se salve con los años.

Renunciar a la lentitud estratégica, esa herencia de las viejas organizaciones cooperativas de trabajo, tiene sus costes... sociales.
Rushkoff, el fin de la esperanza tecnológica y el catastrofismo de los supermillonarios de Silicon Valley

Ayer Wired «redescubría» a Douglas Rushkoff y el libro que publicó el año pasado: «La supervivencia del más rico». Rushkoff no es un tecnólogo más. Cuando en 1994 publicó «Cyberia» se convirtió en el apostol de las posibilidades que ofrecía la producción y la distribución en redes distribuidas. «Estaba bastante emocionado en los años 90 por las posibilidades de un nuevo tipo de economía entre pares. Lo que construiríamos sería como una red TOR de economía, la gran Napsterización de la economía en un entorno digital», dijo a sus alumnos en una cita que recoge el periodista. Pero a partir de la eclosión de las redes sociales -la gran trampa para capturar datos de comportamiento que condujo a la IA actual- la recentralización de lo digital en torno a las grandes empresas de Silicon Valley «hizo un montón de multimillonarios y un montón de gente realmente pobre e infeliz».

Ahora Rushkoff ya no ve un potencial liberador en las tecnologías digitales que se podrían desarrollar en competencia o emulación con la Big Tech.

Llegó a un punto crítico en 2017 cuando le invitaron a dar una conferencia en un Resort de lujo y le puso cara a los tipos que dirigen los grandes fondos que pagan y orientan el desarrollo de las tecnologías emergentes. Al parecer, en sus escenarios de futuro había un desastre, consecuencia de las propias tecnologías que estaban impulsando (big data e IA) al que llamaban «El evento» y que no era sino un colapso general del estado y la circulación económica. Así que las preguntas que hicieron a Rushkoff -al que reconocían como el mejor analista de escenarios futuros de EEUU- eran del tipo de: «¿Dónde deberíamos ubicar nuestros complejos de búnkeres?» y «¿Cómo aseguramos la lealtad de nuestros guardias privados una vez que el dinero pierda su valor?».

Y a Rushkoff le voló la cabeza. Calificó de «aceleracionista» la mentalidad del gran capital financiero (a la que bautizó como «The Mindset») y sus gestores. «En lugar de simplemente enseñorearse de nosotros para siempre. los multimillonarios en la cima de estas pirámides virtuales buscan activamente el final del juego. Al igual que la trama de un éxito de taquilla de Marvel , la estructura de The Mindset requiere un final.».

La conclusión para el periodista de Wired, es bastante sencilla: «¿Por qué las personas más ricas del mundo están obsesionadas con prepararse para el apocalipsis? Porque nos están empujando a todos hacia él».

Una nota al margen. Los tipos con los que se encontró Rushkoff no eran unos millonarios survivalistas marginales. En aquel momento Nueva Zelanda estaba ya poblándose de complejos de búnkeres de pesos pesados de Silicon Valley. El tema es ya una comidilla en la prensa británica y estadounidense y hasta la última novela de Eleanor Catton tiene por protagonista a uno de estos personajes y su relación con un grupito ecologista local.

Pero dejando esto aparte, la cuestión que apunta Rushkoff es que la contradicción entre el potencial desmercantilizador y comunitario de lo que hace 30 años eran «nuevas tecnologías» y la lógica mercantilizadora de todo el sistema vigente ha sido superada. Ya hoy y en los años que vienen las nuevas tecnologías en expansión -la IA y la nueva carrera espacial- están hechas a medida de las necesidades de colocación de grandes capitales, la centralización y concentración del poder y el militarismo.

«He llegado a ver estas tecnologías como intrínsecamente antihumanas», asegura Ruskoff, que como forma de articular la resistencia propone todo tipo de cosas, la mayoría contradictorias entre sí. Entre ellas las cooperativas. No acaba de encaminar los cómos ni, sobre todo, los quiénes. Pero aporta. Y se agradece.
¿Esto es desarrollo?

Yakarta colapsa. Es una ciudad masificada, insostenible y que, literalmente, se hunde en un gran vertedero de basura y agua. El 40% está ya bajo el nivel del mar. ¿Solución gubernamental? Construir una nueva megacapital, supuestamente ecológica, en Borneo. Lo mismo de siempre con algunas mejoras en las formas de las unidades individuales y los servicios. Pero al final... una gran concentración lista para alcanzar su punto de colapso un poquito más allá.

¿Por qué repetir el modelo que implosiona añadiendo tan sólo algunos cambios que no cambian el conjunto ni sus perspectivas? Porque una gran concentración, dirigida gubernamentalmente, que va a desplazar a millones y requerir capitales gigantescos es un paraíso para los grandes fondos de inversión: así pueden colocar de forma productiva y relativamente segura masas de dinero en busca de colocación. Egipto y Arabia Saudí están haciendo lo mismo.

Resumiendo: Mudar de capital y dejar una gran ruina para el futuro es un buen negocio financiero. Pero ¿es desarrollo? Desde la perspectiva del PIB es crecimiento, pero desde luego no es desarrollo humano, que como siempre, queda en otro lado, de otra manera y con otros protagonistas.
#Talleres. Yad Tabenkin, el principal centro de estudios kibutzianos de #Israel, que cumple ya 50 años, organiza una gira durante toda una mañana, de 9 a 15hh, visitando ejemplos de nuevos modelos cooperativos: kibutz urbanos, cooperativas de vivienda en derecho de uso, etc.
Eleutheria y los modelos comunitarios del mundo anglosajón

Aún no ha llegado al mundo hispanoparlante, pero en el mundo anglófono la obsesión por la novela negra de la última década es ya historia. El nordic-noir ha dejado paso a los eco-thrillers y los crímenes alambicados a la «jardinería de guerrilla». De entre toda la ola de títulos, iremos comentando aquí aquellos que representen o al menos esbocen modelos comunitarios y colectividades.

Empezaremos por el primero que ha tenido cierto éxito: Eleutheria. A pesar de ser una primera novela, Eleutheria recibió no poca atención mediática. Finalista de un par de premios en EEUU, fue considerado el mejor libro del año 2022 por la revista New Yorker. La crítica estadounidense adoró el relato.